lunes, 1 de marzo de 2010

LOS CONSEJOS DE LA BRUJA

“La mitad del huerto yacía al sol, la otra mitad a la sombra, rodeado por un muro sobre el que centelleaban fragmentos de vidrio hincados en la cal” (G.D’Annunzio “El triunfo de la muerte”)


A veces dejamos cosas durante nuestra estancia en este mundo que personas que viven mucho después de nosotros encuentran y pueden aprovechar, aprender de la experiencia ajena, siempre ha sido posible, ¿cuántas veces la edad y las canas han tenido la sabiduría que la juventud e inexperiencia demandaban?, a pesar de la poca importancia que nuestra sociedad actual da a las personas de edad, no es una perdida de tiempo escucharlas ya que tienen muchas cosas que decir.

La Carta

En una caja de terciopelo recamada de lirios se encontraba una carta, fechada en 1896, firmada por una mujer, Carlota, en ella decía: “Esta mañana he bajado al huerto y el aire tenía un perfume extraño, no sé describírtelo, piensa en un conjunto áspero y dulce, aromático y de miel… De cuando en cuando, el viento que bajaba de las colinas separaba los diversos matices de aquel aroma, que es el olor del mismo verano, y entonces era fácil reconocer el olor de las hojas del tomate, el de la albahaca y de la menta, de las flores de las judías y de la salvia, de un melón maduro y de las rosas almizcleras…

Era cosa de un instante, luego todo volvía a fundirse y el perfume que estaba en el aire, caliente y dorado, esa solamente “olor a huerto”, inconfundible… un tanto pesado.

¿Por qué, te preguntarás, bajé allí? Para coger un pepino y un poco de hojas de malva, hay un gran baile esta tarde en casa de los Salvaneschi e Tremezzo y quiero estar muy guapa.

¿Quieres saber si conozco algún secreto para robar la belleza a un pepino y a la malva de flores azules?. Un secreto, tal vez, no lo es, pero sí una receta que conseguí de forma un poco extraña, de una gitana que encontré un día en España durante aquel viaje verdaderamente lleno de aventuras del que ya te conté.

Para recompensarme por un limosna que debió parecerle generosa, la gitana me dijo que siguiera punto por punto estas instrucciones si quería resaltar toda mi belleza con ocasión de un baile o de un gran banquete.

Aquí te pongo los consejos de aquella extraña mujer, que yo llego a creer que era una bruja:

RECETA:

Hacer hervir durante 10 minutos dos puñados de hojas de malva en una taza de agua, cuando todo se haya enfriado, filtrar y usar el líquido para hacer un emplaste, empapando algodón hidrófilo que hay que mantener sobre el rostro y el cuello durante 20 minutos, por lo menos. Naturalmente, hay que estar echadas, y mejor si se está a oscuras. Realizado el emplaste refrescante, se pasa a la segunda aplicación. Extraer todas las semillas de 2 pepinos y triturarlas finamente, o aplastarlas en el mortero hasta convertirlas en papilla. Extender el emplaste sobre las mejillas, mentón, la frente y el cuello y tenderse de nuevo a oscuras, durante ½ hora. Después enjuagar con agua tibia.

Mi prima De Fernay, a quien también entregué la receta, me habló maravillas de ella. Afectuosamente, Carlota Cernobbio, 15 de julio de 1896.”

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