martes, 6 de abril de 2010

UNA REINA SIN CORONA

“Para ti la hierba verde y el fresco viento, la azucena blanca y la rosa roja, en la dulce, deseada primavera”. (Garcilaso de la Vega)

Si una de las metas de los reyes y poderosos es perdurar en la memoria de las gentes, y conseguir así una especie de inmortalidad, la única conocida por el hombre, podemos decir que algunos de ellos lo consiguen, entre el mito y la realidad llegan hasta nosotros los nombres de Ginebra, Helena de Troya, Arturo, Lancelot, Penélope, junto a otros más nítidos por su documentación histórica, como Luis XV, Maria Antonieta, Pedro I, el Cruel, Juan Sin Tierra, Ricardo Corazón de León, Isabel la Católica, Ana Bolena.

Todos ellos tienen una imagen distorsionada por la dificultad de reconstruir sus vidas desde el punto de vista de otras generaciones o a partir de los comentarios de la época entorno a sucesos en los que intervinieron, poco a poco, la realidad, tal vez, cae en el olvido y permite que los que los recuerdan tejan leyendas.

Al final sus reinados, o los lugares preferentes que ocuparon, desde la distancia, nos resultan frágiles y efímeros, no ocurre igual entre las flores, si tuvieran que elegir una reina, ¿no sería la rosa la más indicada?, una flor muy especial, quizá la más romántica y bella y la más celebrada, una Reina del mundo vegetal, sin corona, pero con un reinado largo, intemporal, que entremezcla su existencia con la del hombre, acompañando a algunos de los más famosos personajes históricos, en unos casos inspirándoles, en otros siéndoles imprescindible, o simplemente apareciendo anecdóticamente a su lado.

La rosa de la Malmaison (detalle), cuadro de Jean-Louis Viger du Bigneau

Personajes unidos a la reina de las flores

Antíoco: rey de Siria, que vivía en la isla de Eubea bajo tiendas de seda, exigía que, incluso en invierno, hubiera grandes ramilletes de rosas adornando sus estancias, por lo que ya entonces necesitaban de invernaderos especiales para que pudiera contar con su envolvente belleza cada día del año.

“desplegó Antioco sus tiendas recamadas de seda y oro …; hizo traer rosas de todas partes, a pesar de ser invierno” (Compendio de hazañas romanas escrito en latín por Lucio Anneo Floro).

Apicio: gastrónomo romano del tiempo de Augusto, que empleaba los pétalos de rosa para preparar suculentas recetas, que han llegado a nosotros gracias a su libro “De re coquinaria”, manuscrito del siglo IX que se encontró en el año 1517 en un convento de Fulda (Alemanía).

Aristipo: contemporáneo del filósofo Platón, que cultivaba rosas poniendo a la venta las ramas florecidas, que adornaban los templos y las casas nobles.

Julio Cesar: disimulaba su calvicie incipiente con una corona de rosas que solía llevar siempre sobre su cabeza.

Carlomagno: en una de sus “Capitulares” recomendó que en cada huerto fuesen cultivadas muchas hierbas, azucenas y rosas.

Carlos VII, rey de Francia: su emblema era un ramo de rosas erizado de espinas.

María Antonieta: cuando estaba prisionera en la Bastilla, Chevet, horticultor de Bagnolet y creador de una bellísima rosa que lleva su nombre, se sirvió de un ramo de éstas para hacer llegar a María Antonieta un billete en el que le indicaba día y hora y manera de evadirse. Chevet fue descubierto, y estuvo cerca de morir, no pudiendo realizarse la fuga prevista.

Gandolfo: obispo de Milán, muerto en olor de santidad, transportaba entre sus venerados restos una rosa llena de frescor y fragancia, que pudo verse cuando se abrió su sepulcro.

Victor Hugo: el gran escritor, había expresado el deseo de poder morir en la estación de las rosas, muriendo un 22 de mayo de 1885, su féretro, literalmente cubierto de rosas, atravesó todo París entre hileras de gente que portaban una rosa.

Juan de Arco: cada año, en Orleáns, el 8 de mayo, aniversario de la liberación de la ciudad, la estatua de la santa es adornada con rosas blancas en homenaje a la valiente mujer soldado.

Josefina de Beauharnais: abandonada por Napoleón, encontró consuelo dedicándose al cultivo de rosas, de las que consiguió tener una excelente colección en la Malmaison.

Lutero: hizo grabar una rosa apoyada en una piedra en su emblema, como símbolo de vida e inmortalidad del alma.

María Estuardo: reina de Escocia, fascinada por las poesías de Ronsard, poeta y escritor francés, le envió un espléndido rosal en plata que valía 2.000 escudos, sobre el que estaba grabada esta frase: “A Ronsard, Apolo del manantial de las Musas”.

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