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Día tras día su contacto con la Naturaleza es total, se
levanta en su cueva temprano y recoge el esparto con el que trabajará y se
ganará el pan de ese día, como los pájaros, vive la inmediatez de solucionar el
hambre y el frío siempre “en el ahora”.
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Sus manos y dedos están adaptados al trabajo continúo y se
deforman aplanados de aplastar el material, recuerda como su padre le enseñó el
oficio y orgulloso mantiene que nadie más sabe hacer los nudos que aseguran la
calidad y belleza de sus obras.
Cuando miro los cestos que tengo en casa hechos por él
pienso en la generosa planta que se trasforma en utensilios y el hombre que
fragmento a fragmento, un día de lluvia o un día soleado, despacio y con
cuidadoso cariño y pericia la realizó.
Qué trabajos tan bonitos. Gracias por mostrarlos, Carlota.
ResponderEliminarGracias a ti por el comentario, saludos
ResponderEliminarAlfonso forma parte ya de nuestro paisaje urbano. En las frecuentes idas y venidas a las antiguas instalaciones de los Juzgados de Oliveros, cada mañana permanecía impertérrito haciendo pleita a la vista de todos. Ahora, sustituye su emplazamiento, a veces, por el pretil del Paseo Marítimo donde pocas horas antes los pescadores han intentado vender el pescado de sus barquillas.
ResponderEliminarEs bonito que hayas recuperado esta realidad tan desapercibida como auténtica, Carlota.
Saludos.
Hoy he comprado una preciosa cesta precisamente, me alegra que se aprecie el trabajo de este trabajador y artista incansable, muchos Saludos Malvís
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