miércoles, 14 de abril de 2010

En todas partes cuecen habas

“Voluptuosidad de la Tierra, oh frondas, oh flores, oh frutos, alegría de todos, prole de las Estaciones sagradas, protento del Agua y del Sol, frondas, flores, frutos…” (G. D’ Anunzio – “Electra” libro II)

La superstición es algo tan viejo como el mundo y no se sabe quien la inventó, ni siquiera los chinos que tantos inventos tienen en su haber se atribuyen éste. La superstición, el fetichismo por determinados objetos o cosas, o incluso por animales se difunde por todas partes y desde tiempos inmemoriales, se relaciona muchas veces con primitivas prácticas religiosas, y creencias en propiedades que se atribuyen a objetos, animales y plantas, que pasan a ser considerados como amuletos.
Si nos centramos en las plantas-amuleto conocidas desde la antigüedad podemos acotar un poco el amplísimo campo de estudio de estos casos.

Las plantas de la salud
Entre las especies consideradas influyentes en el destino de los hombres está el ciso (Cissus quadrangularis), una planta trepadora de la familia de la vid, cuyos tejidos destilan un látex que contiene principios venenosos, en otros tiempos era tal el temor que infundía esta planta, debido a su facilidad de enredarse entre árboles y postes de forma casi animal, que los hombres la respetaban no cortándola, facilitando su rápida difusión por todo el mundo.
En época de los Romanos eran consideradas amuletos la mandrágora, por su raíz de formas humanas y por su uso con fines medicinales, la raíz de la achicoria, usada en varias pócimas, y también la salvia y la gramma.
Durante la Edad Media, sobre todo en Francia, se extendió entre la población una especie de temor religioso por el helecho águila, llamado “raíz de San Juan” y el 24 de junio se recogía esta especie con el fin de conservar la parte subterránea escondida en un cofrecito entre la ropa blanca para que “cuidara la salud de toda la familia”; un seguro contra las enfermedades, excepto la funesta influencia de la cuscuta, o “caballos de San Juan”, ya que si se descubría la noche de San Juan una de estas plantitas, la benéfica acción de la raíz del helecho, quedaba aminorada, a no ser que se colocara la rama de cuscuta en torno al tronco de una artemisia (llamada también “cintura de San Juan”) especie con muchas virtudes terapéuticas.
Las plantas del brujo
Muchas plantas debían su utilización como amuletos o contraamuletos, no a sus esencias y composición, sino a los usos que hacía con ellas el brujo o sacerdote en los ritos paganos.
En Indochina Central, desde tiempo inmemorial, el jengibre estaba considerado como fetiche del amor y de la muerte y de sus raíces se sacaban bebidas afrodisíacas para animar a los que no se mostraban muy dispuestos a corresponder al amor de alguien decidido a intentarlo todo.
En Asia Menor, el jengibre, hoy un condimento gastronómico, resultaba esencial para los hechiceros, para sus recetas mágicas, su gusto picante y aromático, quizá evitaba sabores poco agradables.
En China, los adivinos, usaban un tallo de milenrama (A.Milleforlium), lo que les permitía “escribir” el futuro.
En África existe un temor reverencial hacia las euforbias posiblemente por el látex blanco que esta planta rezuma en sus cortes de corteza.
Las tribus de los Mandara, en el Alto Benué los Banda del Alto Uranga, evitan aun hoy tocar las euforbias creyéndolas plantas sagradas y las rodean para no abatirlas en la selva
En Sudán se usaba antiguamente el látex de la euforbia como “suero de la verdad”, con una especie de ordalía, se ponía una gota en el ojo de los sospechosos y si se quedaban ciegos, algo frecuente y natural, la prueba del delito quedaba demostrada, siendo ejecutados.
En poblados Ubangas, en Sudán se cree que las euforbias tiene el poder de mantener alejados a los enemigos y a los ladrones y ponen estas plantas junto a las cabañas. Hoy día podemos determinar la ubicación de tribus desaparecidas o dispersas por la existencia de estas plantaciones en los lugares que fueron habitados.
Por último, una curiosidad con una flor muy habitual y conocida, el clavel; era sagrado para el pueblo Azteca y el pueblo Tepehua, que la conocían con el nombre de “cempoalxochitl”; y la usaban para decorar los altares y adornarse los sacerdotes en las danzas rutuales, por ello, cultivaban grandes campos con técnicas que hoy día aún serían consideradas muy oportunas y modernas.

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