El mundo de la alquimia y los descubrimientos gastronómicos, muchas veces han tenido caminos paralelos, la investigación de la esencia de las plantas, de cómo extraer en pequeñas dosis sus benéficas propiedades han sido un afán del ser humano desde tiempos muy antiguos.
En el mundo de la cosmética, por la eterna lucha contra el tiempo, en la batalla de retener la juventud, y de dar más brillo a la belleza, y en el mundo de los alimentos porque, a veces, productos que surgieron como remedio de dolencias han quedado como recetas muy apreciadas por su sabor, y sus propiedades digestivas y fortalecedoras.
Los antiguos egipcios se encuentran entre los primeros pueblos que mezclaron el vino para estabilizarlo en época calurosa, mientras los antiguos griegos y romanos le añadían ajenjo, tomillo, romero y mirto para reavivar su sabor.
Elixires y dulces rosolíes
Muchos licores tienen un ingrediente principal en plantas y flores, en la época romana se preparaba un delicado vino con perfume de rosas, llamado “rosatum”, y otro con aroma de violeta, llamado “violaceum”.
En la edad media muchos monasterios adquirían fama por la calidad y características de sus espirituosos, por ejemplo el licor de menta, que probablemente vino de África o de los países árabes, se difundió pronto por Europa en los conventos.
Frailes y monjes, destilaban elixires, con propiedades digestivas, antirreumáticas, y con influencias sobre el estado de ánimo y bienestar general.
A veces bastaban unas gotas del licor sobre un terrón de azúcar, o un poco diluido en agua hirviendo, pero poco a poco, se fue imponiendo el tomarlos como un sabroso aperitivo líquido.
Los ingredientes han sido muy variados, desde quina hasta anís, por citar los más utilizados, aunque depende del lugar en el que se produjeran y de las hierbas y flores más abundantes en él, por ejemplo, en los países nórdicos el frío obligaba a tomar “grog” (bebida hecha de agua caliente azucarada mezclada con licor y algún aromatizante, como limón) hirviendo y concentrado, y se preparaban licores con yemas de pino o resina, jugo de butulia o azúcar de arce
Cuando se trataba de climas más templados se utilizaban frutos como la naranja o la mandarina, uno de los licores más conocidos a base de agrios fue apadrinado por d’ Annunzio, que le dio un hermoso nombre latino, “el Aurum”. En la Campania es típico el licor “Limoncello”, obtenido por maceración en alcohol de limones.
En Arabia, en las tribus nómadas pervive la costumbre de recoger cáscaras de limón y naranja en recipientes especiales de barro llenos de un acre destilado de cebada o de centeno, después de unas emanas de infusión, cuando las cáscaras de los frutos han pasado toda su esencia al alcohol y se ha puesto el añadido correspondiente de miel, azafrán y páprika, el licor está ya apunto para ser pasado a calabazas especiales en las que el líquido se mantendrá fresco y límpido durante meses.
Entre los licores más conocidos hoy día, es inconfundible el licor de la manzanilla, que se prepara según una de las recetas más antiguas, hay que cocer la manzanilla fuertemente concentrada, con almíbar de azúcar y una dosis de alcohol de 90º, el resultado es una especie de rosolí muy aromático, con efectos sedantes y suavemente somníferos.
Otro tónico de consumo muy difundido es preparado con flores de alcachofa, con propiedades depurativas, muy beneficiosas para el hígado y para la sangre.
Flores entre las especias
Los clavos: Que son los capullos de las flores de la Eugenia caryophillata, una planta originaria de Ceilán.
La canela: que es la corteza del Cinnamomum
La nuez moscada: que es el fruto de la Myristica fragans
La vainilla: que nace en la planta de una espléndida orquídea blanca, la Vainilla suaveolens
El azafrán que se recoge de los pistilos del Crocus sativus
La miel: destilada de miles de especies diferentes transmutadas en sabores deliciosos y apariencias doradas
RECETAS:
Vino de Rosas: Rosatum, quitar la parte blanca de la extremidad de los pétalos y ponedlos a macerar durante siete días en el vino. Pasado este tiempo, sacad los pétalos del vino. Preparad de la misma manera otros pétalos frescos, ponedlos a macerar siete días en el vino y luego sacarlos como antes; haced lo mismo una tercera vez, sacad los pétalos y filtrad el vino. Cuando vayáis a beberlo, añadidle miel, procurad emplear las rosas de la mejor calidad y que no estén humedecidas por el rocío.
Vino de Violetas: Violaceum, la misma receta anterior cambiando los pétalos de rosas por pétalos de violetas.
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