El exotismo en la comida es una búsqueda constante para todo cocinero, a veces lo relacionamos con el refinamiento, si proviene el menú de alguna mesa de rey, chino, egipcio o sumerio, o de alguna corte con gran prestigio gastronómico, como la francesa; también hay que cuidar la presentación, la forma de colocar el alimento, los colores de ambiente, del plato y de la mesa, y la vajilla.
Esta receta pertenece a esa clase de platos que requieren de un pequeño rito para realizarse, es realmente insólita y deliciosamente antigua, su forma de prepararse nos lleva a momentos donde la naturaleza condicionaba la vida y las comidas que eran servidas en cada estación y a días con un ritmo que nuestra civilización ya casi desconoce.
Si nos gustan los sabores exóticos y somos nostálgicos de aquellos otros sabores de azúcar y canela, almíbar, menta y romero, la receta nos cautivará y nos hará conocer una parte de la atmósfera que envolvía aquel mundo de silencios y alquimias, en que solo en conventos y cortes reales se mantenía viva la gastronomía.
Huevos de gallinas chinas
Dado que uno de los condimentos esenciales del plato se produce en primavera, que es cuando florecen los melocotoneros, estamos en la época ideal para plantearnos probar la receta, aunque si siguiéramos la receta original, al pie de la letra, necesitaríamos huevos especiales, de gallinas que los pusieran por primera vez, lo que complica un poquito el plato original, y hace necesario adaptarlo a la realidad, ya que no estamos en los tiempos en los que el cocinero del Emperador de China creo la receta.
A continuación tenemos la receta china tal como ha llegado a nosotros, dada la imposible utilización de huevos chinos, deberemos cambiarlos por huevos al uso actual.
LA RECETA: Se recogen, a ser posible en el gallinero, antes de la puesta del sol, 12 huevos de gallinas chinas que pone por primera vez.
Se toman 200 gramos de flores de melocotonero, arrancando delicadamente sus pétalos, que luego se ponen en un recipiente de vidrio. Antes de cerrar con un tapón de esmeril, rociar los pétalos con una gotas de champán rosado.
Mientras las flores están en el recipiente de cristal, se baten por separado las yemas y las claras de huevo, usando ramas de mirto (que tiene una madera muy perfumada, y cuenta con la cualidad de hacer que las empresas comenzadas lleguen a buen fin, importante para los cocineros chinos en aquellos días, al parecer).
Cuando los huevos hayan sido bien batidos, hay que unir delicadamente las flores a las albúminas esparciendo en la superficie la mitad de los pétalos ya humedecidos y ablandado por el champán.
Con unas hilas de gasa, remover delicadamente con movimiento circular de izquierda a derecha la mezcla, hasta conseguir que se hundan los pétalos. Después de 10 minutos, añadir la segunda mitad de las flores, dar vueltas de nuevo, girar con las ramas de mirto y, finalmente, condimentar con sal y poco de canela o vainillas, según gustos.
Echar en una sartén aceite, y cuando este bien caliente añadir el compuesto, freír por ambos lados, durante 2 minutos y 25 segundos, siendo el resultado mejor si el fuego es de carbón vegetal con brasas de olivo.
Disponer la fritada como si fuera una gran tortilla y una vez hecha y tierna, colocarla en una fuente alargada decorándola con flores de melocotonero o almendro. Debe comerse caliente y fragante.
Buenísimos relatos, bellas poesías e interesantes recetas. Enhorabuena, tienes un magnífico blog, sigue así. Ya sabes que tienes un seguidor en
ResponderEliminarDE COCINA ANTIGUA
Saludos desde Extremadura