miércoles, 24 de marzo de 2010

Árboles de Leyenda


“Si he de morir en esta isla rocosa, quiero ser sepultado bajo ese sauce, a la orilla del arroyo”. (Napoleón Bonaparte- desde Santa Elena).


La Máquina del Tiempo

Nos gusta pensar que el hombre alguna vez con sus conocimientos podrá volver al pasado, desentrañar los secretos y leyendas que han quedado inevitablemente entre esos personajes que se fueron sin dejar un relato detallado de sus gestas, muchas historias cambiarían si pudiéramos ser testigos de cómo sucedieron en realidad, escritores con visión de futuro como Herbert Georg Wells, escribieron sobre la posibilidad de una máquina del tiempo, aunque al contrario que Julio Verne, que era sumamente detallista en la explicación de sus inventos futuristas, Wells describe ésta máquina de forma superficial, diciendo solo que tenía partes de metal, cristal de roca y marfil, y dejando a sus lectores con ganas de saber más sobre el mecanismo.

Si hacemos caso del inteligente Sptephen Hawkins, el viaje en el tiempo no es posible, y la prueba es que no nos visitan hoy turistas del futuro.

Así las cosas solo nos queda buscar la verdad de lo que ocurrió en nuestro pasado histórico con las pocas pruebas tangibles que han llegado hasta nosotros, entre éstas pruebas tienen importancia algunas célebres plantas que recuerdan hechos o personajes, fechas importantes o descubrimientos científicos.

¿Qué nos contarían los árboles centenarios si pudieran hablar o comunicar lo que ha ocurrido a su alrededor?, el sauce de la isla de Santa Elena nos hablaría de aquel melancólico atardecer, cuando Napoleón, escribiendo su testamento pedía ser sepultado bajo sus fragantes ramas que parecían caer como lágrimas en el cercano arroyo. El gran laurel de la isla Bella, en el Lago Maggiore, conserva todavía en su oscura corteza la palabra “batalla”, marcada en italiano por el mismo Napoleón tres días antes de la batalla de Marengo.

Los cedros del Líbano fueron protagonistas hace muchos años de un pasaje bíblico que cuenta como fueron esenciales en la construcción del Templo de Jerusalén por el gran rey Salomón, la palmera tuvo también gran importancia en aquellas tierras de Jerusalem, cuando se cuenta que se administraba justicia bajo ellas, en el pasaje que nos cuenta la historia de la bíblica Débora, única mujer jueza mencionada.

También en Jerusalén se menciona a los olivos del huerto de Getsemaní que fueron testigos de la vigilia nocturna de Jesús y sus discípulos.

Son famosos los tejos que eran considerados sagrados por los celtas, para poder talar un bosque de tejos, Julio Cesar tuvo que ponerse manos a la obra, ya que los soldados no se atrevían a comenzar a destruir a unos árboles a los que temían por ser adorados por sus enemigos.

Soberanos, guerreros y científicos tienen anécdotas que los relacionan de una u otra forma con plantas, como Newton y su famoso episodio de la caída de una manzana antes de descubrir la gravedad, el manzano que presuntamente forma parte de la historia se muestra a los turistas en Woolsthorpe, en Gran Bretaña, si realmente fuera el manzano protagonista de la anécdota, tendría al menos 3 siglos.

Histórico es también el platanero de Godofredo de Bullón, celebre en todo el Oriente, se yergue en un valle a 10 kilómetros de Constantinopla, y señala el lugar donde el gran caudillo cristiano levantó su tienda.

Célebre es el castaño del Etna que, antes de ser reducido y quedar mal parado por la intemperie, era el ejemplar más gigantesco existente en Europa, bajo su copa, cuenta la leyenda hallaron cobijo durante un temporal 100 hombres a caballo.

A principios del siglo XVI, la Alta Corte de Justicia de Friburgo hacía sus reuniones bajo un tilo para deliberar sobre los asuntos más importantes.

En 1476 Fernando de Aragón e Isabel de Castilla juraron fidelidad a las leyes vascas y fue plantado el famoso árbol de Guernica (un roble), en Vizcaya, cuyo tronco se conserva todavía hoy protegido por una vitrina.

Los árboles de los poetas

En Inglaterra es objeto de veneración un haya, a cuya sombra solía reposar el gran poeta Alexander Pope. En la tumba de Virgilio en Napoles había un gran laurel plantado en señal de homenaje a Tetrarca, Alfred de Musset, famoso escritor francés, reposa desde 1857 a los pies de un sauce llorón, siguiendo su deseo, parecido al de Napoleón I.

Seguro que existen muchos más árboles de leyenda que dieron paso a historias del pasado que nos afectan siendo testigos mudos de lo ocurrido y que, aunque han permanecido más tiempo que los protagonistas, ya comienzan también a difuminarse con el inexorable paso del tiempo.

Federico Balart, gran poeta de Murcia, escribió un hermoso poema sobre dos emblemáticos árboles llamado “El sauce y el ciprés”:

“…el sauce, cuyas hojas besan el suelo,
y el ciprés, cuya punta señala el cielo.
Así, con mudas voces, a su manera,
el uno dice: -¡Llora!» y el otro: -«¡Espera!»”

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