“Digno sois, Señor, de recibir gloria, honor y poder porque habéis creado todas las cosas y, por Vos, todas las criaturas de la tierra pueden subsistir y multiplicarse y, gracias a Vos, podemos contemplar las humildes flores y los grandes, inmensos árboles del bosque.” (Apocalipsis, IV-V/II)
El invierno paraliza la vida que podemos ver en los bosques, los pequeños animales parecen dormir dentro de sus madrigueras, como invernando, los árboles pierden su verdor y también su ropaje, desnudos de hojas muchos de ellos se yerguen buscando en sus copas los tibios rayos de sol, en los senderos se escucha el viento y los riachuelos cesan en su discurrir y rumor helándose.
Pero a pesar de la quietud aparente y el suspenso en que se siente la vida latente en los bosques, los eléboros, la flor de invierno más bonita, florecen, dando un toque de color y recordando que mágicamente cuando no miramos, son los faunos y las ninfas, los que recorren los bosques helados y solitarios, en las tierras en las que su leyenda surgió.
En estos momentos pensamos en esos gigantes que cubren sus juegos secretos, los hermosos y grandes árboles, los gigantes verdes, que tantas de éstas escenas han visto en sus largas vidas.
De los Alpes al Po
Italia, Piamonte…, podemos disfrutar de excepcionales ejemplares de sequoia, los árboles más grandes del mundo, de más de 60 metros de altura, en el célebre parque de de la Burcina, en Pollote,
cerca de Biella, hay un castaño con varias centurias, majestuoso, en Sostengo (en la carretera que une Biella y Gattinara). Podemos contemplar también un haya, cuya altura produce vértigo, en la parte más alta de la colina ocupada por el Jardín Botánico de Villa
Taranto, en Pallanza, al borde del Lago Mayor.
En el límite con la Lombardía, en la llanura de los Resinelli, en el parque Valentino, se admira el ejemplar italiano más hermoso de altramuz, cubierto por dorados razimos.
En Sarche, Trentino-Alto Adagio, a espalda de los Lagos Santa Massenza y Toblino, se yergue una encina de 15 metros de altura, de imponente tronco.
El ciprés más antiguo de Europa destaca en el jardín de los Giusti, en Verona.
En Milán, en los jardines públicos de Via Palestra, florece en el mes de marzo un árbol de Magnolias de hoja caduca, que adorna con sus matices todo el parque.
En Liguria, cerca del mar, en el Valle del Deiva, entre Case Roassa y Case Miró, viven imponentes ejemplares de encinas de bellota dulce, que compiten en belleza con el más viejo y gran Peral de Italia, que se puede ver en la Casa Gatazzé, un barrio de Urbe cerca de Savona. En el mismo sitio se encuentra el haya llamada de la “Bocarera”, cuya base tiene una circunferencia de casi 6 metros.
“Los cipresese que en Bolgheri, altos y sencillos…”, así comienza una dulce poesía de Carducci.
Dejando la Toscaza, descendiendo por el Lazio y, en la villa Chigi, en Ariccia, se descubren encinas silvestres, hayas y castaños, pero ninguno comparable con la “Cona”, encina silvestre de las proximidades de Retorcí, en el Abruzzo, ni con el “Cereso”, haya que se encuentra en el bosque de San Antonio, cerca de Pescocostanzo.
En el cálido sur de Italia
En Gardano, destacan dos pinos, los más grandes del país, la “Azada del Patán”, situado entre Peschinci y San Menaio, y la “Azada de don Francisco”, en Calenella, plantado hace cinco siglos.
En el golfo de Taranto, cerca de Leuscapide, se ven los olivos milenarios más enormes.
Los gigantes de las islas
Pasando el estrecho de Mesina, Sicilia, podemos ver sus naranjos, y sin alejarnos, en la comarca de Sant’Alfio, en las faldas del Etna, el famoso castaño de “los cien caballos”, un árbol al que atribuyen 4.000 años de antigüedad.
Este nombre lo recibió por el episodio histórico referente a la reina de Aragón, la reina se refugio con cien caballeros y sus caballos, bajo la copa del árbol durante un temporal, y el castaño los protegió a todos de la intemperie, por lo que recibió el nombre.
Castaño de los cien caballos pintado por Jean Pierre Houël
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