¿Existe el derecho a ser mutable como el viento?, desde luego, no sería el caso de reconocerlo, de contar en qué consiste la coquetería de una mujer, pero aunque ahora en tiempos de rudeza compartida esta mal vista, siempre ha existido, y quizá siempre existirá.
Parte de esa coquetería es guardar silencio sobre cosas, como el verdadero color del cabello, o de los ojos, o sobre cualquier cosa, lo sufientemente nimia como para poderla hacer diferente de cómo surgió a la vida.
El color del cabello puede cambiar ¿por qué no cambiarlo?, a veces es más hermoso para el rostro un cabello oscuro, o rojizo, aunque, el rubio tiene un atractivo especial.
Un reflejo de luz, siempre está de moda
Para todos los colores, siempre es un complemento, el reflejo que hace que su tonalidad se vea con más pureza, y haga el cabello más sano y atractivo.
Da igual, rubio, rojo, negro o marrón, si luce brillante y luminoso, para conseguir un reflejo tornasolado, sea cual sea nuestro color, no podemos acudir a tintes porque quedaría poco natural, sobre todo existiendo un sistema natural y muy sencillo para conseguir buenos resultados, muy apreciado por la mujeres más bellas de la primera mitad del siglo XIX
LA RECETA
Ha sido traída de un precioso librito impreso en Venecia en 1.791, escrito por Galipidio Talier, célebre en conseguir “toda clase de tintes”.
Tomar 6 pedacitos de ruibarbo (da igual si está desecado) de un palmo de longitud, ponerlos en un recipiente de vidrio provisto de su correspondiente tapadera y añadir el vino blanco suficiente para que queden cubiertos.
Cuando transcurran 8 días se puede filtrar y poner en una botella. Después de lavar el cabello, se debe pasar por la cabeza, aún húmeda, repetidamente, ayudándose del peine, el vino de ruibarbo, y si es posible, secar los cabellos al sol.
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